miércoles, 21 de enero de 2009

El camino que se abrió en dos

Para él, el mundo era un lugar cualquiera. Para ella lo era todo. El uno desconocía la existencia del otro, pero… ¿a caso importaba?

Para él, no. Pretendía hacerse ver como el más “macho”, escondiendo en su interior a su verdadero ser; el que buscaba la felicidad y sentía miedo.

Ella, por el contrario, encerrada en la cárcel que había creado se concentraba en seguir su rutina, en acatar las reglas, en sentirse libre, aunque sabía que no lo era, y eso le atormentaba.

Hasta que un día, para él dios, para ella el destino, los reunió. Fue un instante, un todo para ambos. Cuando las miradas se encontraron, y se vio en ellas un resplandor de alegría, de felicidad, de ser complementos, de caminar por la senda de la inmortalidad.

Cada uno se perdía en los ojos del otro, y luego, tras pocas citas, se encontraron lentamente los dedos, las manos, los cabellos, los labios, los cuerpos...

Hasta que un día cualquiera, algo acabó con el milagro, con la fantasía. En él la llama se extinguió, en ella el dolor penetró.

Fue entonces cuando ambos dejaron de mirarse, para lentamente separarse el uno del otro. De nuevo, el camino se abrió en dos, y cada quien vive su cotidianidad otra vez, con una diferencia: cada quien quedó inscrito en el alma del otro.

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