miércoles, 21 de enero de 2009

Realidad, maldita realidad

Realidad, maldita realidad, era el nombre del artículo que hoy había leído en el periódico tras recogerlo como todas las mañanas, hablaba de la cotidianidad de su pueblo, al que odiaba, porque le decían sutilmente lo que en verdad ocurría. Pero ella no miraba su rutina, el amor le vendaba… dulces mentiras alimentaban su orgullo, suaves caricias hacían hematomas en su cuerpo, pasiones fugaces la forzaban a hacer lo que no deseaba, palabras soeces la enamoraban, su esclavitud le hacía vivir en un cuento donde la princesa era ella, la que disponía todo para que su caballero llegara después de una borrachera a golpearla, y ella le atendiera con una dulce sonrisa en su cara, le lavara las heridas, con un inimaginable cuidado procuraba que la ropa no se manchara de las lágrimas y la sangre que lentamente caía en su cara, puesto que, en el trabajo su marido usaba ropa blanca; en la mañana, le servía la comida sin derecho a recriminar el porqué no había energía eléctrica, sin mencionar que había pasado horas cocinando para que el nada comiera y le dejara la comida tirada porque estaba salada…

Tres años, tres años maquillando su rostro para que nadie observara las cicatrices que el amor le dejaba, dos años, dos años ocultando como su cuerpo indicaba las veces que era forzada a ser poseída, un año, un año esperando a que le permitiera trabajar para colaborar en la casa.
Hasta ese día, el día en que la venda inesperadamente cayó, se encontró sola, golpeada, arreglando la pocilga que ella misma había permitido que creara. ¿Dónde quedó aquel hombre tierno que le regalaba flores, que le cargaba la maleta, que le decía que no se preocupara por nada?

Se miró al espejo… se vio aparentando diez años más de los que el tiempo le decía tener, lloraba, ¿por qué había permitido que le hicieran eso? ¿Por qué se hizo eso? Y sin reparo, cogió una de las tantas camisas blancas, cogió el cuchillo con el que cortaba las naranjas y terminó con su sufrimiento…

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